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El círculo vicioso

| | domingo, 1 de abril de 2012
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Un interesante artículo publicado en INFORMACIÓN.es de Alicante
El PSPV culminó ayer un giro de 360 grados para regresar al punto justo en que se encontraba hace quince años: fuera del poder, con su principal dirigente sentado en un parlamento que no son las Corts, pero con el lermismo al frente de la banda. Algunos dirán que para ese viaje no eran necesarias alforjas, pero se equivocan: ha sido un camino increíble, plagado de cadáveres de secretarios generales y candidatos, de esqueletos de gestoras y de grupos parlamentarios enteros, para pasar de la miseria a la nada. No es fácil conseguir eso. Jorge Alarte no fue capaz durante su mandato ni de hacerse con los resortes del partido ni de encontrar su sitio como referente político, a pesar de haber intentado todos los matrimonios de conveniencia posibles y de haber tenido enfrente a un PP en sus horas más bajas en la Comunitat Valenciana. En contra de las muchas estupideces que ahora se están diciendo, hizo bien en mantener la línea de denuncia de la corrupción de quienes gobernaban, porque hacer otra cosa hubiera sido estafar a unos ciudadanos indignados con la quiebra a la que nos han conducido. Lo que no supo hacer, o careció de la talla política para ello, fue acompañar el discurso contra la corrupción de un programa de gobierno. Pero tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta que, como todos sus antecesores desde que el PP tomó el poder y Joan Lerma se fugó a Madrid para seguir manejando Valencia, tuvo que dedicar más esfuerzos a sobrevivir en la selva en que se ha convertido el PSPV que a erigirse como alternativa. En esas circunstancias, era iluso por su parte pensar que se iba a sostener en pie en medio del vendaval que azota al PSOE. Y ayer dio el último ejemplo de incoherencia manteniendo su candidatura después de que el congreso hubiera suspendido su gestión, algo inédito incluso en un partido tan desnortado como es el de los socialistas valencianos. El problema no es Alarte: la política es un juego en el que se gana y se pierde. Ni el nuevo secretario general, Ximo Puig, una excelente persona, cualidad que no abunda en política pero que tampoco supone por sí misma que la dirección se ejerza de forma efectiva para los intereses generales. El problema es que el PSPV sigue prisionero de sus demonios. ¿Alguien sale de este congreso ilusionado? ¿Alguien sabe qué va a cambiar en el partido, qué propuesta política van a hacer a los ciudadanos, qué plan tienen para recuperar el terreno y el tiempo perdido? ¿Alguien puede explicar, más allá de lo que fijan los estatutos, para qué han hecho un congreso, salvo para cambiar unas caras por otras, con absoluto desprecio de lo que preocupa a su militancia o a los electores? A partir de hoy, los socialistas valencianos tendrán un secretario general, como se ha dicho, que carece de escaño en el foro político por excelencia de la Comunitat y en cuyo liderazgo ni siquiera cree él, que ya ha dejado caer que no quiere ser el candidato que pelee por la Generalitat. Tendrán una ejecutiva hilvanada otra vez a base de pactos contra natura e integrada por gente que tiene visiones enfrentadas del partido y que sólo espera el acto de clausura para volver a la lucha cainita; una ejecutiva cuya heterogeneidad hace que ese 61 por ciento de los votos con que nace no garantice unidad, sino gresca. A partir de hoy, Ximo Puig no toca el cielo: empieza a conocer el calvario.
JUAN R. GIL

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